miércoles, 7 de mayo de 2014

No sé que decirte.  No sé que pensar. No sé como estar. No sé. No sé que debo hacer, que es lo correcto. Sí, estoy más perdida que un pingüino en un garaje, no lo voy a negar. Pero tampoco quiero aceptarlo. Porque de puertas para fuera debo dar la impresión de tenerlo todo muy claro. ¿Por qué? Porque si no, adivinarían mi punto débil y sabrían donde hacerme daño, y eso no está bien. No pienso dejarles. Soy más fuerte que ellos. O por lo menos, intento autoconvencerme de ello..
¿Cuando sabes que algo se está convirtiendo en una obsesión? No sé. Supongo que cuando se convierte en el tema de conversación habitual, o cuando estás pendiente de cualquier novedad en el asunto. Una obsesión es algo que está presente, no hace falta que te lo recuerde ningún post-it, ni siquiera que lo apuntes en la agenda. Hay obsesiones buenas, y malas. O eso dicen. Yo creo que cuando te obsesionas con algo, todo va en picado. Es cualidad innata de los seres humanos en general obsesionarse, y mía en particular. 
Lo mejor de las obsesiones es que hay variedad en el catálogo. Las hay con el chico de tus sueños, o con el gilipollas que piensas que lo es. Las hay con un examen, con un ex, con amigos... Las hay con un problema. 
Vamos, que hay para elegir. La mejor opción, respirar.
Yo, tras mucho obsesionarme con las obsesiones... Valga la redundancia, he llegado a la conclusión de que no llegan a ninguna parte. ¿Gran conclusión, verdad? No sé. Supongo que son como ese tipo de cosas que sabes que no llevan a ninguna parte, pero no puedes evitar. Si, también hay un amplio catálogo de eso, pero eso es otro tema.